jueves, 9 de junio de 2016

"No se percibe la envergadura de esta batalla"

Fernando Alfón es traductor, docente de la UNLP (Universidad Nacional de La Plata, Argentina) y ensayista. Entre otros textos, compiló el magnífico volumen La querella de lengua en la Argentina, publicado en su momento por la Biblioteca Nacional "Mariano Moreno". Tuvo la amabilidad de remitir las reflexiones que aquí se copian al correo del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.

La lengua de la querella

En el VII Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado a mediados de marzo de este año en Puerto Rico, el presidente del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, anunció que se había elegido ese evento para poner «en marcha efectiva» el SIELE, al que calificó de «un proyecto ambicioso», y al que, promovido inicialmente por el Cervantes, la Universidad Autónoma de México yla Universidad de Salamanca, se le sumaba ahora la Universidad de Buenos Aires.El anuncio fue una sorpresa para muchos argentinos—esos mismosque, en palabras de don Víctor, siempre habíamos «subrayado el carácter de idioma nacional»—, pero también para la comunidad de la UBA, cuanto menos para sus alumnos, docentes y decanos,que recién entonces se enteraban de semejante memorándum de entendimientoentre América y España.

El SIELE es el Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española que certifica el grado de dominio del idioma de cualquier persona del mundo, a través de una plataforma virtual. El sesgo europeísta del examen parecería decirnos que ya no hay tiempo para la farsa del panhispanismo. No obstante se concentrará inicialmente en Brasil, Estados Unidos y China, lo que nos permite sospechar de la calidad del servicio, pero no de la habilidad del Cervantes para hacer muy bien los números.

Por el dinero que calculan que ingresará a este sistema, desembolsado por la friolera suma de unos 300.000 candidatos iniciales, a 150 euros per cápita, el memorándum era un negocio lo suficientemente atractivocomo para que los argentinos nos enteráramos en Puerto Rico, de boca de la Concha, que respaldaríamos una evaluación hecha a medida del Cervantes patrocinada por su empresa favorita: Telefónica. Porque de esto se trata: no será la Facultad de Ingeniería o de Informática de alguna de las universidades involucradas las que quedará con la plataforma virtual (el corazón del sistema), sino una empresa española. Vincular la nueva avanzada del capital español en América no es más que intentar comprender mejor las cuestiones a atañen a la lengua.

Después supimos que el acuerdo había sido a golpe de telefonazo entre De la Concha y el rector de la UBA, el señor Alberto Barbieri, entre gallos y medianoche, y que recién fue refrendado por el Consejo Superior de la UBA el 30 de marzo, cuando el VII Congreso ya había terminado y el Cervantes, aunque el «servicio de evaluación»todavía no había comenzado, ya lo anunciaba como «de gran prestigio y reconocimiento internacional». Todo nos sugiere pensar dos explicaciones posibles: o bien el rector fue persuadido de la enorme trascendencia del acuerdo (nada menos que la enseñanza «legítima» del español en el resto del mundo) y se lo exhortó a precipitar una respuesta; o bien no tenía mucha idea de lo que implicaba este certificado y presumió que, para una cosa tan aparentemente inofensiva y altruista, ni siquiera ameritaba consultar con los propios docentes de la UBA que integran el Certificado de Español: Lengua y Uso (CELU), que es el examen reconocido oficialmente por la República Argentina.

A costa de pecar de ingenuo, me inclino a pensar en esta segunda explicación, pues en el ámbito del sentido común, no se percibe la disputa que existe con las instituciones reguladoras de la lengua española en el mundo. Las políticas de planificación de la lengua, la ofensiva del Cervantes y el nuevo desembarco de España en América no se vive ni remotamente como conflicto, sino como gozo desbordante del idioma, triunfo de la cultura letrada y prosperidad ilimitada. La voz de la RAE no se cuestiona, porque ni siquiera se percibe que sea «una voz», sino más bien las reglas de la lengua que descienden prístinas desde el cielo. Acométase un dequeísmo «grosero» ante una maestra normal o ante un padre celoso de la buena formación de sus hijos y se verá el énfasis en la amonestación.

Pensemos ahora otro campo, más definido e circunscripto que el sentido común en relación a la lengua, el de aquellos que tienen un trato profesional o laboral con ella: traductores, críticos literarios, profesores universitarios.A menudo se valen de las normativas de la RAE como el lugar natural donde ir a disipar las dudas idiomáticas.En muchos casos se trata de artistas o profesionales que provienen de corrientes políticas progresistas, que tienen una visión crítica del mundo o cuanto menos de sus formas mercantiles; y sin embargo no adviertenla querella en curso. Los trabajadores y especialistas de la lengua, en Puerto Rico, no estaban interpelando la cerrazón que se proyecta sobre la diversidad, como consecuencia de la forzada globalización de la lengua, estaban besándole la mano a la reina.

Esta situación nos revela el peligro de que el discurso descolonizador de la lengua —que va desde una ponencia sobre imperialismo lingüístico hasta una monografía sobre la rentabilidad del español— se esté constituyendo en un discurso específico; esto es, un relato técnico que actúa a nivel de la propia disciplina que alimenta y que difícilmente trascienda la frontera que se autoimpone. A esta conclusión podemos llegar por los escasos resultados que ese discurso produce, o lo suficientemente escasos como para que un rector no advierta la real dimensión del asunto.

Que el discurso descolonizador no tenga incidencia ni en el sentido común, ni en el sentido general universitario, no puede sino llamar la atención a quienes esmeradamente lo traman para encajarlo en undepartamento, pues tratándose de que su interés medular es describir un campo de disputa, participando a su vez en él, la pregunta por la eficacia del discurso es central. Si ese mismo discurso nos persuadió de que debemos abordar estos temas con metáforas bélicas: La batalla sobre el idioma, El dardo en la Academia,Los dominios del español, elansia de especialización no puede desplazar a la eficacia. En la arena donde se libra la batalla más relevante, ese discurso descolonizador se percibe como un ruido de fondo, como una lejana voz quejosa que apedrea los extraordinarios vitrales de una catedral gótica.

Es muy probable que dentro del campo donde se recrea el discurso descolonizador, los querellantes ya hayan vencido con creces, mientras que son vencidos cotidianamente en el dilatado ámbito de la opinión pública. Refutar los sesgos de la RAE y denunciar su perspectiva monárquica en un paper ha sido una gimnasia que no se privó de la licencia, alguna vez, de la burla fácil: el mero apellido De la Concha nos deja muy a la mano elucubrar alguna obscenidad.En el dilatado campo de la opinión pública, sin embargo, la RAE sigue cosechando los triunfos que emanan dela tradición, la constancia y la pompa con que acompaña todos sus eventos.Surge un problema lexicográfico, ortográfico o sintáctico, ya sea en un aula, un set de televisión o un tribunal civil, e inmediatamente se va a las publicaciones de la RAE, como quien consulta las tablas mosaicas.Sin embargo, es en el dilatado campo del sentido común donde se legitiman instituciones como la RAE o el Instituto Cervantes. Yo diría, incluso, que le hablan especialmente a ese campo y que si sus académicos de número insisten en dar el debate al interior de las disciplinas del lenguaje, es porque la derrota que ahí padecen no los afecta. Los lingüistas no católicos se ríen a carcajadas de instituciones como la RAE, pero ella saborea la venganza en las suculentas mesas de las librerías, donde sus producciones circulan como agua bendita. Si atendemos a que un producto como la Nueva gramática de la lengua española tiene tres versiones: la completa, de dos soberbios volúmenes; la manual, más modestamente encuadernada; y la básica, que cabe en el bolsillo de un escolar, es fácil advertir que la RAE está interpelando a todos los públicos posibles: el del campo específico de las disciplinas del lenguaje; el del mundo universitario en general y el de la escuela básica. La RAE sobrelleva con estoicismo las burlas de cualquier sociolingüista de izquierda, porque en los incontables agasajos institucionales que a menudo celebra recibe el aplauso cálido del público que aún cree en Dios.

Si el memorándum de entendimiento con la UBA fue posible de un plumazo es porque no se percibe la envergadura de esta batalla. No hace falta saber muchos más detalles de ese acuerdo transatlántico, basta con saber que fue posible, y si fue posible es porque el discurso descolonizador no está siendo percibido. Es un discurso, por tanto, que se fue encerrando sobre sí mismo y que, todo lo que ganaba en profundidad, lo fue perdiendo en anchura; cuanto más compacto y sólido se torna, más inexpugnable. Al mismo tiempo, la batalla en el campo del sentido común la enfrenta, por ejemplo, la Revista Ñ—con la cual podemos disentir en muchas cosas, en primer lugar por ser un órgano del grupoClarín—, pero por esas extraordinarias complejidades que tiene la vida política argentina, podríamos estar muy cerca del modo en que cubre los distintos episodios de esta batalla contra el centralismo español. Basta leer las notas de Guido Carelli Lyncho el espacio que el medio le cedió al díscolo de Ricardo Soca, para ver que ahí se encontró una lengua más eficaz y, quizá, un lugar más adecuado. No es raro que Clarín haya entendido que debía encararla frontalmente, pues ya hace tiempo que comprende la dimensión económica y política de la lengua. Disputa con el Cervantes en sus mismos términos,porque cree que en la mina a cielo abierto llamada lengua española, ellos también tienen muy activas sus propias excavadoras. Decir Clarín es decir también un conglomerado de negocios que va desde editoriales hasta medios audiovisuales, que tienen a la lengua como insumo principal. Es como si Clarín no se pudiera dar el lujo de discutir estos temas exclusivamente en los tranquilos estrados de los congresos.Nos recordó su vocación querellante cuando publicó su propio Diccionario integral del español de la Argentina. Que el eje de gobierno esté en Buenos Aires, en México o en Madrid, es indistinto para la percepción idealista de la lengua, no lo es para quienes administran una compañía telefónica.

Si la pregunta por la querella es la pregunta por la eficacia de la lengua querrellante, quizá sea indispensable que el discurso descolonizador —de enorme y valiosa producción teórica— tenga un correlato en el debate público, principal escenario donde se crea y recrea el sentido común. Debatir también ahí donde el debate se produce y en una lengua capaz de describir de manera lúcida los problemas sin la tentación de escudarse detrás de una jerga.

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